Estos dos santos eran hermanos y médicos. Eran muy buenos en lo suyo y un día los llamó el proconsul Lisias que había oído hablar de ellos. Luego viene la típica secuencia: abjurad de vuestros dioses y adorad a los míos; no nos da la gana; torturas variadas. Hay un par de detalles pecualiares, Lisias mandó traer a los otros hermanos de Cosme y Damián (Antonio, Leoncio y Euprepio) para torturarlos a todos (imagino lo que se debieron rabiar los hermanos, sobre todo Eupropio que consideraba que su nombre ya era bastante castigo). Por supuesto, las torturas no funcionaban. Si los tiraban al mar, los sacaban los ángeles; si intentaban quemarlos, las llamas los esquivaban. Lisias entonces optó por la crucifixión de Cosme y Damian con los otros hermanos de público. Para asegurarse ordenó que un montón de soldados les arrojaran flechas mientras estaban en la cruz, pero las flechas daban la vuelta y mataban a los arqueros. Aborrecido, el proconsul optó por el sistema que todos sabemos infalible: decapitación. Una vez muertos, Cosme y Damián hicieron muchos milagros relacionados con su oficio. El más famoso fue el primer trasplante de pierna del que hay noticia. El hombre que limpiaba el templo dedicado a Cosme y Damián tenía un cáncer que había afectado a una de las piernas. Una noche soñó que los hermanos acudían a operarle. Uno preguntaba al otro dónde encontrarían una pierna de repuesto y este respondió que en la tumba de un moro que acababa de morir. Se la colocaron al enfermo que al día siguiente vio que el sueño se había convertido en realidad. Cierto que la pierna era más oscura, pero no era el momento de ponerse tiquismiquis.
Por supuesto son los patrones de la medicina y, especialmente de la cirugía. Claramente merecido.