Acabo de decidir que soy un ángel de bondad que ha mandado Dios para socorreros. No solo soy enfermera y os cuido si pilláis el coronavirus, sino que encima me leo pestiños horrorosos para evitar que lleguen a vuestras manos. En este caso, lo he oído, cuando aún se podía salir a la calle y paseaba por el río. He estado poco afortunada con los audiolibros últimamente. Empecé uno y lo dejé. No digo cuál, que es de una autor español (desconocido para mí) y cualquier día me lo encuentro en algún sitio. Este, como es de fuera, lo voy a criticar a gusto. Im-presionante. Hacía años que no me topaba con un bodrio semejante. Lo elegí, sabiendo que era un bestseller súper sin más, porque hablaba del manuscrito Voynich, un libro del siglo XV escrito en un código que no se ha podido descifrar, y que hace años interesó a Pseudomona.
Para que os hagáis una idea: el Código Da Vinci es El Quijote comparado con esto. Infame. De verdad. El autor se ha leído lo que pone la Wikipedia sobre el libro y los cátaros y lo ha contado de forma desordenada y aburrida. Eso sí, sale todo: el Vaticano, curas malignos que se azotan con peversión, periodistas que beben bourbon... Además, el trasfondo que sustenta los crímenes de los malos es completamente absurdo.
Por si eso fuera poco, se repite información, los diálogos entre dos personas llevan todo el rato acotaciones en plan "dijo el cardenal" "respondió el secretario". Claro, si son dos, en cuanto sabes cómo empieza podría ahorrase esa información redundante, pero Fratini no lo vio. Lo mejor de todo, los audios. No solo hacen voces cada vez que matan a alguien (que es en cada capítulo), oyes los ruidos que hace la víctima "grrrr" "ajjjj" "noooooo". Me he reído como una tonta.
Solo si se os acaba el papel higiénico.