Como conté en la entrada del blog zinefilaz, llegué a este libro por casualidad porque no tenía especial interés en Fernando Fernán Gómez, pero después de oír hablar a los hermanos Trueba y ver el documental La silla de Fernando, me entró curiosidad y me lancé a sus 700 páginas sin temor a la fatiga. La verdad es que he disfrutado mucho de lo que cuenta y cómo lo cuenta. Le tocó vivir una época difícil: en su adolescencia estalló la Guerra Civil; pasó penurias; su madre era cómica y él era hijo natural (esa expresión siempre me ha parecido graciosa), lo que le supuso más de un apuro. Su familia quería que fuera a la Universidad y se alejara del mudo incierto del teatro, pero la guerra cambió esos planes y le empujo a ser actor porque era lo que tenía más a mano para ganarse la vida. Es llamativo ver cómo un actor que triunfó desde bastante joven, ha tenido una carrera de altibajos, épocas de angustia porque no salían nuevos trabajos, pérdidas económicas en proyectos que fracasaban. Creo que es un trabajo muy duro, vivir siempre con esa incertidumbre. Resulta interesante ver su formación autodidacta que le permitió escribir, dirigir e, incluso, ser académico. Cuenta cosas duras, pero no es un libro amargo, tiene también trozos divertidos e historias sobre otros actores, directores etc. Al final de libro incluye un poema que me ha gustado mucho:
Sabemos que es mentira
la juventud de los viejos.
Los viejos nacen viejos de repente.
Nacen en el seto de un parque.
En la cama de una familia.
De pronto, a media mañana,
en la esquina de una calle.
—¡Un viejo, un viejo
—grita la chiquillería que sale del colegio—;
ha nacido un viejo!
Nadie ha visto antes a este viejo,
cuando aún no lo era.
Ni está en las fotografías amarillas
de ese estudiante,
o ese soldado,
o ese cura,
o ese señoritingo
que baila en la verbena.
Ninguno de estos hombres
es este viejo.
Porque los viejos
no han existido antes,
nunca han sido jóvenes.
Han nacido viejos de repente,
casi todos en las calles oscuras de la noche
en esos ratos en que se descuidan los serenos.
Sabemos que es mentira
la juventud de los viejos.
Los viejos nacen viejos de repente.
Nacen en el seto de un parque.
En la cama de una familia.
De pronto, a media mañana,
en la esquina de una calle.
—¡Un viejo, un viejo
—grita la chiquillería que sale del colegio—;
ha nacido un viejo!
Nadie ha visto antes a este viejo,
cuando aún no lo era.
Ni está en las fotografías amarillas
de ese estudiante,
o ese soldado,
o ese cura,
o ese señoritingo
que baila en la verbena.
Ninguno de estos hombres
es este viejo.
Porque los viejos
no han existido antes,
nunca han sido jóvenes.
Han nacido viejos de repente,
casi todos en las calles oscuras de la noche
en esos ratos en que se descuidan los serenos.