¿Os imagináis la cantidad de novelas que debe haber guardadas por los cajones? Gente que ha puesto ilusión en un proyecto, se ha sentado horas y horas y ha terminado una novela. Buena, mala o regular, de todo debe haber en esos rincones secretos. Algunos la mandaron a concursos, otros probaron suerte con las editoriales, otros se la pasaron a sus amigos y algunos hasta olvidaron que la habían escrito. En literatura científica, lo que no se publica se llama literatura gris. A esta habría que buscarle un nombre más bonito, quizás literatura invisible o literatura transparente.
Hoy os voy a hablar de una novela que no podéis leer. He tenido acceso a un cajón oculto y he accedido a los secretos de Rosalina. Su autora, Esther Aledo, nació en 1926 y escribió esta novela en 1950. Su padre era maestro y posiblemente esto le dio acceso a leer más de lo que era habitual para una chica de la época, sobre todo si no pertenecía a la clase alta o tenía estudios universitarios.Una enfermedad que la obligó a hacer reposo unos meses le dio la posibilidad de tener tiempo para escribir esta novela. Rosalina es una novela rosa con todos los ingredientes clásicos, pero está muy bien contada. De una forma intuitiva, Esther encontró recursos literarios. Así, empieza en un punto de la historia y un flashback nos lleva al origen de los problemas de la protagonista. La presentación, nudo y desenlace están bien proporcionados. Hay enredos, casualidades y personajes malos que intentan separar a la pareja protagonista pero, por supuesto, el amor triunfa. Estoy segura de que si hubiera tenido tiempo --una habitación propia, que decía Virginia Woolf--, y alguien que la apoyara, hubiera podido escribir buenas novelas. Pero, como tantas mujeres de esa época, trabajó. se casó y crió a cuatro hijos --ingobernables, dicho sea de paso--. Y, pese a todo, aún encontró algún hueco para escribir poesía. Cuando uno de sus hijos encontró la novela, ella no recordaba haberla escrito (los sueños a veces se encierran con siete llaves). Ha podido recuperar una parte bonita de su historia y saber que, de haber seguido, seríamos sus lectores. Desde aquí las monas quieren hacer un homenaje a Esther Aledo y a las novelas que duermen en los cajones.
Hoy os voy a hablar de una novela que no podéis leer. He tenido acceso a un cajón oculto y he accedido a los secretos de Rosalina. Su autora, Esther Aledo, nació en 1926 y escribió esta novela en 1950. Su padre era maestro y posiblemente esto le dio acceso a leer más de lo que era habitual para una chica de la época, sobre todo si no pertenecía a la clase alta o tenía estudios universitarios.Una enfermedad que la obligó a hacer reposo unos meses le dio la posibilidad de tener tiempo para escribir esta novela. Rosalina es una novela rosa con todos los ingredientes clásicos, pero está muy bien contada. De una forma intuitiva, Esther encontró recursos literarios. Así, empieza en un punto de la historia y un flashback nos lleva al origen de los problemas de la protagonista. La presentación, nudo y desenlace están bien proporcionados. Hay enredos, casualidades y personajes malos que intentan separar a la pareja protagonista pero, por supuesto, el amor triunfa. Estoy segura de que si hubiera tenido tiempo --una habitación propia, que decía Virginia Woolf--, y alguien que la apoyara, hubiera podido escribir buenas novelas. Pero, como tantas mujeres de esa época, trabajó. se casó y crió a cuatro hijos --ingobernables, dicho sea de paso--. Y, pese a todo, aún encontró algún hueco para escribir poesía. Cuando uno de sus hijos encontró la novela, ella no recordaba haberla escrito (los sueños a veces se encierran con siete llaves). Ha podido recuperar una parte bonita de su historia y saber que, de haber seguido, seríamos sus lectores. Desde aquí las monas quieren hacer un homenaje a Esther Aledo y a las novelas que duermen en los cajones.
Pues creo que fue como encontrar la punta de un ovillo. Cuando empezó a leer, comenzó a recordar y le hizo muchísima ilusión.
Menuda historia!! Me encanta, mi homenaje también a Esther, que yo sé lo difícil que es, de verdad… escribas lo que escribas, cuesta un mundo.
Lo que no me creo es que la olvidara-olvidara. Quizá llevaba años sin pensar en ello, entre pañales y fogones, pero seguro que algo en ella no se había perdido para siempre.