ISBN: 9789597218111
368 pp.
368 pp.
He visitado Cuba con Mona Jacinta y, aunque lo que pasa en
Cuba se queda en Cuba, necesito contaros una tertulia de
dos litros de ron en la noche de la maravillosa casa de
Vivian, compañera del autor del libro que refiero.
Un amigo común (eskerri asko, Mikel) me envió a La Habana
con tres botellas de vino para Manuel, y resulta que Manuel publicó en 2012 un libro en el límite de lo que la
censura cubana está dispuesta a asumir.
Es un libro maravilloso: contiene la verdad de un hombre;
un hombre lo suficientemente inteligente y cosmopolita
como para no creerse en posesión de la verdad. Así que no
espere el lector encontrar respuestas; el libro plantea
muchos mas interrogantes que las contestaciones que
proporciona.
Lo leí y releí en la guarida de aire acondicionado que los
turistas necesitamos en la humedad de La Habana en verano
para no sentirnos como un caramelo chupao.
Al principio, su estructura de tres tiempos me distrajo de
lo fundamental, pero el oficio de buen escritor de Manolo
me devolvió a la epopeya. Al final devoré las últimas
páginas, de madrugada, custodiado por mi desajuste
horario.
Los tres tiempos que el libro visita son: 1)la crisis más
dura por la que ha pasado Cuba, el periodo especial; 2)el
triunfo de la revolución, a partir del 1 de enero de 1959;
y 3)el periodo comprendido entre 1970 y 1980.
El protagonista, tras haber vivido 60 años sin abandonar
la lucha (“que, a veces, es peor que el combate”), 60 años
preguntándose qué podía hacer él por la revolución, llega
al momento en el que la pregunta “¿Y yo?”, la famosa
pregunta del sentido de la vida le cae sobre la cabeza, y,
como respuesta, se vuelca en una autobiografía apócrifa que “se apropia de familia y amigos para componer un
retrato colectivo”.
Pero el libro no fue mas que la excusa... lo interesante
vino cuando nos pusimos a hablar.
Hablamos de lo que la revolución había hecho por los
cubanos. Revisamos el sistema de salud pública universal y
gratuito que sitúa a Cuba justo por delante de Estados
Unidos en el ranking mundial de esperanza de vida (aunque
algún taxista nos defendiera que hay que hacer regalos a
los médicos para que te atiendan).
También hablamos sobre la pobreza de la librerías
(visitamos cuatro en La Habana y la mejor de la cuatro era
una librería de viejo, y una en Trinidad, donde la oferta
no superaba los 500 títulos, si llegaba). Y de que todo el
mundo en Cuba sabe leer y escribir, ha estudiado y puede
disertar sobre algún tema: consecuencias del sistema
cubano de educación, que sitúa al país en el segundo lugar
del ranking mundial de alfabetización, con un 100%; aunque
falte el papel para imprimir.
Hablamos de que en Cuba solo se tira la mierda, aunque
ansíen tener su IKEA. El eslogan occidental de la tres
erres: reducir, reutilizar y reciclar se aplica en la isla
a rajatabla, y de una forma tan natural que parece mentira
que se pueda hacer, en otros lugares, de otro modo.
Nos hablaron del carisma de Fidel y de las funciones del
Secretario de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana. Y de cómo no perder un avión al atravesar la
selva de Liberia.
Vivian y Manolo nos calcularon, al cambio, el salario
medio de 30 dólares al mes que cada cubano recibe, y que
no le alcanza para vivir porque los precios son asimilables a los de España. Los cubanos ––con guasa––
afirman: “El estado hace como que nos paga y nosotros
hacemos como que trabajamos”.
Trataron de introducirnos en las dificultades de su
sistema inmobiliario, en los cambios políticos producidos
en la isla en los últimos años y en los que todos los
cubanos esperan que ocurran en breve.
Hablamos sobre sistemas de distribución de cultura, sobre
cine, literatura y el arte de escribir; sobre experiencias
en nuestros respectivos extranjeros; sobre padres, hijos y
amistades; sobre esperanzas que tuvimos y no hemos
perdido; y sobre la vida en cualquier parte del planeta.
Hablamos como si nos hubiéramos enchufado unos a otros,
los cuatro, al darnos la bienvenida; como conociéndonos de
siempre, como si la charla fuera continuación de otras
comenzadas muchos años atrás, cuando no éramos tan sabios,
ni tan mayores...
Las seis horas de plática me supieron a nada. Ahora solo
espero que Manolo termine pronto lo que ya está
escribiendo como continuación, también desde las entrañas.
Y poder volver pronto a esa noche, a ese casa, a ese ron y
a esa gente.